EL HOMBRE, LA OBRA, LA HUELLA. Publicación extraída de la Revista Archivos de Arquitectura Antillana 8. Por: Gustavo L. Moré

EL HOMBRE: Nunca lo he olvidado. Pienso que recordaré toda la vida aquel momento en el que escuché a mis padres, compungidos e incrédulos, una mañana perdida en la bruma de mis 9 años, decirme que el papá de mi compañero de escuela, Chuchú, había muerto en un accidente de tránsito, la tarde del día anterior. El asombro de la noticia y mi afecto hacia Chuchú y sus hermanas, con quienes compartí aquellos meses vacíos de la Revolución del 65 en el campus del Colegio Dominicano de la Salle, me impidieron comprender en su real medida el significado de esa pérdida. Era, para la nación y para todos, tiempo de dolor, sin duda. Con la muerte de José Manuel -Nani- Reyes, a la 1:45 de la tarde del 18 de febrero de 1966, en Quitasueño, San Cristóbal, la arquitectura dominicana perdía una pieza clave. Sólo hoy, con estas líneas escritas 32 años después de su partida, pretendo iniciar un proceso de recuperación de su figura como autor destacado y rescatar su gran legado a la cultura del espacio en nuestro país. Nani fue el menor de los 12 hijos del matrimonio formado por Ramón Reyes Darrás y María Orelinda Valdéz, distinguida dama higueyana dotada de una Licenciatura en Letras de la Universidad de Santo Domingo, algo insólito en esos años de la primera ocupación norteamericana (1916-1924). Don Ramón inició e hizo prosperar grandes sembradíos de arroz en Guerra y Bayaguana y de caña en los ingenios Quisqueya y Consuelo, asociado con el renombrado empresario norteamericano Mr. Edwin Kilbourne, general manager de la Compañía Azucarera Dominicana hasta su expropiación por el gobierno trujillista en los años ‘50. Durante toda la década del ‘20 se consolidó un negocio fructífero con Puerto Rico, mercado hacia el que se exportaba en goletas casi la totalidad de la producción dominicana de azúcar. Fue tal el éxito que apoyado por la familia Serrallés, emprendió también la producción cañera en ese vecino país, en terrenos donde actualmente se localiza el aeropuerto de Isla Verde, según los recuerdos familiares. La depresión económica de fines de década produjo la quiebra de esa iniciativa. La venta a tiempo de los terrenos permitió recuperar el capital suficiente para consolidar los negocios en territorio dominicano. José Manuel nace el 24 de marzo de 1924 y recibe su instrucción básica en Puerto Rico, donde vivió hasta los 13 años de edad. En 1943 recibe el grado de bachiller en Matemáticas en la Escuela Normal. A los 20 años comienza la carrera de Ingeniería en la Universidad de Santo Domingo. Es entonces cuando recibe el telegrama que lo obliga a reportarse, en su calidad de ciudadano norteamericano, a Camp Bailey, Virginia, para el entrenamiento militar previo a su participación en la guerra de Corea, de 1946 a 1947, formando parte del Army Corp of Engineers. Esa experiencia bélica resulta determinante para el resto de su vida, tanto en su desarrollo humano como en el profesional. Recordaba haberse perdido y haber sido apresado por las fuerzas contrarias después de recibir una peligrosa herida en una pierna ocasionada por un tanque de guerra. En una atrevida escaramuza logra escaparse y advertir a su batallón, salvándolo de grandes peligros. Su destacada actuación en este escenario es reconocida por el presidente Truman con el honor del Purpleheart, y con una beca de estudios -GI Bill- en la Universidad de Texas en Austin, donde prosigue su vocación académica, esta vez en la carrera de Arquitectura. El diseño fué, entonces, para el Arq. Reyes, resultado de una clara y meditada determinación profesional. Nani Reyes logra destacarse como el mejor alumno de su promoción, siendo elegido por sus compañeros para dar el discurso final en el acto de despedida.

A su regreso a la República Dominicana, en 1950, conoce a la señorita Rosa Malla Sanabia, quien en poco tiempo se convertiría en su esposa. Doña Rosa, nacida en 1926, es la menor de las hembras del matrimonio Malla Sanabia; Su padre, don Jaime Malla (3), fué un escayolero catalán que se instala en San Pedro de Macorís vía Cuba, a principios de siglo, cuando esa ciudad se convertía en el más pujante enclave de la región este del país, a través de su puerto hacia el Caribe. Tanto individualmente como con la firma Malla Turull y Domenech, don Jaime es reconocido como el autor de proyectos tales como el Hospital Dr. Karl T. George en San Pedro (entre otras obras sobresalientes de marcado espíritu ecléctico) y de reconocidas obras en el Santo Domingo de las dos primeras décadas del siglo XX. Nani y Rosa mantienen un matrimonio sólido y admirable, como hoy lo demuestran sus 7 hijos, Rosalinda, Rosa Elizabeth, Margarita Rosa, José Manuel (Chuchú), Jaime Ramón, Felipe Antonio y María del Pilar de la Libertad, esta última nacida en los albores de la posdictadura, en 1961.



LA OBRA: A su regreso a Santo Domingo, Nani Reyes cumple su promesa y le propone al Arq. William -Billy- Reid Cabral formar una sociedad juntos. Esta empresa, formada en 1951 y vigente hasta 1956, logra un éxito inmediato. Las obras de Reid y Reyes comienzan a resaltar en la ciudad; en un momento, durante el mayor período de actividad, Nani y Billy llegaron a ufanarse, en un íntimo y legítimo acto de orgullo profesional, de tener una obra en proceso casi en cada calle de la capital de entonces. Tenían justa razón. Estas primeras obras representan un estadio importante en la consolidación de la incipiente modernidad dominicana. La década del ‘50 ya conoce los más relevantes proyectos de la primera generación representada por maestros de la talla de González, Caro, Auñón, Pou y Ruiz Castillo, principalmente. Nuevos planteamientos -actualmente por estudiar con detenimiento- comienzan a encontrar expresión concreta justo en un nuevo grupo de jóvenes recién graduados en la academia local, de los que Billy Reid, Gay Vega, Teofilito Carbonell, entre otros, forman la cabeza de serie. La intención es evidente, y puede ser fácilmente comprobada en un análisis somero de las obras: encontrar una plasticidad enraizada con la idea del trópico, dentro de los parámetros definidos por el estilo internacional. Es, sin dudas para quien esto escribe, la primera avanzada, si bien inconsciente, de una especificidad regional de matices globales. El caso de la obra de Reid y Reyes no es aislado. Acudir a extremos tan contundentes como los brasileños o los mexicanos, de poderosa raigambre localista, es ir muy lejos, a pesar de que toda la obra contemporánea de Niemeyer y de Costa o de O’Gorman y Pani era ampliamente conocida por los círculos arquitectónicos dominicanos de entonces. Es suficiente referirse a las expresiones de la cultura arquitectónica cubana o puertorriqueña de la época, para encontrar claros elementos de comparación. No en vano somos vecinos, no?

Más que los de pioneros latinoamericanos, o mejor, paralelamente a ellos, la influencia más clara proviene, por ejemplo, de la obra de Richard Neutra en los Estados Unidos, en aquella época de su Realismo Biológico que le pasearía por La Habana, Santo Domingo y San Juan, o los ensayos de Josep Lluis Sert en esos años. El clima y su dominio, la realidad de una arquitectura para una determinada geografía, se había convertido en el nuevo paradigma, no ajeno a la obra local. Faltarían algunas décadas de desarrollo y, lamentablemente, de desilusión, para que un nuevo enfoque antropológico e histórico, permeara hasta los tableros de dibujo de los arquitectos en todo el planeta. Es común encontrar en los escritos actuales de Reid, la dedicación y el interés por solucionar creativamente los elementos de protección solar, ya sea en los ya conocidos brisesoleils corbusianos, o en superficies caladas de una naturaleza más mediterránea, más traducible a la cultura del Caribe húmedo. Otro aspecto significativo al que se le ha prestado poca atención, es a la ligereza estructural tan típica en toda la arquitectura del período. La estructura ya no sólo juega un papel de soporte, sino que se convierte en elemento cada vez más presente en las formulaciones plásticas, incluso en el universo doméstico. No me refiero al posterior expresionismo de un Nervi o de un Candela. Es algo más sutil, más elegante, casi miesiano, que en la obra de Reyes adquiere particular poder. Así reaparece el tema de las pérgolas, de las losas perforadas, de las columnas esbeltas exentas del muro, de las marquesinas y voladizos de variada formalidad. La ventana es el gran hueco, el cierre es la expresión sincera de la transacción entre afuera y adentro… los dominios fluyen, los espacios se moldean al entorno tanto como a los requerimientos de la vida en intimidad.

Otros elementos del repertorio formal no sólo de Reyes, sino de la vanguardia del momento casi en general, son, por ejemplo, los muros verticalizados más allá de su función meramente estructural, como recurso compositivo volumétrico. Es común encontrar estos planos revestidos de piedra caliza, o de sutiles bandas de lajas colocadas de canto. El manejo de las texturas y materiales era abundante, aunque bien armonizada, a diferencia del gusto posterior por el monocromatismo brutalista introducido por la generación formada bajo los influjos de Nervi en Italia. La sociedad Reid y Reyes duró unos 5 años. En ese lapso Billy y Nani supieron ganarse el respeto y la admiración de sus colegas, y consolidar un sitial destacado en la cultura del diseño en el país. A la vista de la sociedad de entonces eran los jóvenes profesionales, carismáticos, trabajadores, serios y cumplidores, aptos para emprender con éxito inversiones de cada vez mayor monto. La separación ocurre, según afirman allegados de ambos autores, más por razones y compromisos familiares que por diferencias personales o profesionales.

Reyes logró conectarse, gracias a su afable personalidad y a su servicio eficiente y profesional, con los mejores clientes de la sociedad dominicana de entonces, en todo el país. Su repertorio de obras, catalogadas por su puño y letra -ver en el cintillo inferior de esta edición- iniciado al momento de su separación de la sociedad con el Arq. Reid, demuestra una organización y una disciplina extraordinarias. Un vistazo breve a la lista mostrará clientes tan dispares como industrias y empresas comerciales, viviendas y casetas de guardias, apartamentos y parqueos. Asombra la rapidez con que entran y salen los proyectos. El tiempo de trabajo, tanto en el taller como en la fábrica se reducía a un mínimo, lo que probablemente le favorecía en la valoración profesional de sus clientes. También participó como proyectista y como arquitecto constructor de otras empresas ya establecidas. Tal es el caso de su asociación con la firma Caro Alvarez y Asociados, para la que realizó varios proyectos de edificaciones de notable acierto en Gazcue y en otras zonas de la ciudad. Es interesante estudiarlas; la simbiosis entre el gusto moderno de Reyes y el academicismo del maestro Caro se evidencia, y demuestra una colaboración enriquecedora entre ambos profesionales. En algún momento Reyes fue discriminado por algunos colegas diseñadores, quienes lo tildaban de puro contratista. Eventualmente esta situación dejó de producirse. A su muerte, Reyes era ampliamente reconocido no sólo como constructor eficiente y honrado, sino como un proyectista de primera magnitud. Las anécdotas en torno a su frecuente apoyo al desarrollo de nuevas industrias y a las más diversas iniciativas comerciales emprendidas por clientes y amistades son abundantes. En muchas ocasiones Nani realizó proyectos sin costo alguno para estas nuevas empresas, accediendo posteriormente a la junta de accionistas de las mismas gracias a su sabia participación dentro del proceso de formación de las mismas. De hecho, su muerte le sobrevino cuando acudía a una cita de trabajo en la Fábrica de Vidrios, en San Cristóbal.

LA HUELLA: El legado de Nani Reyes está presente. Es numeroso, sólido -ha resistido con dignidad el paso del tiempo- y apenas hoy comienza a ser valorado por las nuevas generaciones. Si hay algún elemento de transición que colega dictadura y libertad, ese paso difícil entre los 50 y los 60, es en la arquitectura dominicana, el trabajo de Reyes y de ese grupo de diseñadores de la segunda generación moderna. El período 61-65 es claramente, el período de Reyes, de Reid, de Baquero, de Ocaña, de Vega; es el momento de entrada de Calventi, de Goico, de Gautier, de Cott, de Bisonó, de Franco; es un lapso de tiempo donde la cultura sufre un gran revés: es tiempo de cambios y de lucha interna. Hace falta una mirada atenta y escrutadora para entrever, y lograr rescatar de esa bruma del olvido, el trabajo de hombres que como Nani Reyes, lograron soportar sobre sus hombros la dignidad cultural de todo un pueblo que tanto entonces como ahora, es capaz de morir esperanzado por su libertad.